Esa parte era la pequeña Mei que necesitaba observar y profundizar para entender. La que se pasaba horas pintando y escribiendo historias sobre aquello que veía y sentía. Esa que coleccionaba láminas sobre tipos de plantas y todos los números de la National Geographic. Me olvidé por completo de ella, pero todo eso se quedó y hoy soy consciente de cómo esos momentos de observación y conexión con la naturaleza me hacen mucho más sensible al fotografiar cualquier momento, lugar o persona y que vaya un poquito más allá de lo tangible al hacerlo.
He pensado bastante en si me hubiera olvidado de mi si hubieran existido más fotografías que registraran esa etapa de mi vida.
Pasé mucho tiempo con ese pedacito de mi escondido, viviendo en el centro de Madrid tras un trabajo normativo como fisioterapeuta, totalmente desvinculada de la naturaleza y de cualquier aspecto creativo. Hasta que en 2012 me regalaron mi primera réflex y con ella, retomé de forma muy tímida eso de crear y también las incursiones en espacios naturales, porque era allí donde realmente me inspiraba. Creo que fue en este momento cuando empecé a recordar-me. Fue entonces cuando comencé a sentir que aquél traje en el que había crecido este tiempo ya no me valía, que tenía que soltar las astas viejas para seguir creciendo.